Prendo aquel pedazo de wiro agazapado en el baño de la Universidad donde estudio, pensando como un degenerado, mientras alrededor mío mi cerebro intranquilo hilvana imágenes de mí mismo en esta misma posición. Algunas veces prometí no volver a arriesgarme estúpidamente por nada. Pero ahora el olor de aquella marihuana riposa llega a mis pulmones consternada, contemplando el humo que nace y desaparece a unos centímetros en frente mío. Y este mismo humo llega a mis pulmones mientras doy un par de pitadas y succiono. Observo con el rabillo del ojo la puerta y la ventana (por allí el día no alumbra ya nada) y es casi de noche.
Me encierro en el único baño de la facultad y fumo. Para soportar el dolor (¿?) y la paranoia de estar, la paranoia de existir, de estudiar, antes de oler a mis compañeros de clase adictos al alcohol los viernes por la tarde, pero cuando salgo del cubículo donde me quemé hasta la punta de los dedos todo está quieto y sumergido en una especie de bruma incandescente que huele a marihuana riposa. Y pienso entonces que todo está mal, que no es conveniente, que no debería ser así.
Por el lavatorio me miro en el espejo y tengo los ojos rojos, inyectados de sangre (contemplo cuidadosamente mi camisa a cuadros y lo demás) mientras sorbo un poco de agua entre mis manos y bebo. Ni siquiera puedo escupir bien. Pronto ya no quedará nada, pienso. El constante pasar de los días en un mundo terrible y de oídos sordos. Muy pronto caeré otra vez en las terribles garras de la cocaína, y por la noche me cubriré de sábanas negras. Nadie podrá controlar mis sentimientos (¿?).
Dejo atrás el baño.
Diciembre 2000 5.32pm
Decido ir donde Lucciana pero luego no. Luego decido que en definitiva es lo mejor, y cuando me subo al micro que me llevará a donde ella vive con su madre durante las vacaciones, un edificio alto en el cruce de Velasco Astete con Benavides, me entra un pánico atroz y no puedo.
Es verano.
No puedo hacerlo. Las pistas están iluminadas con luz extraña, luz de diciembre. Luz propia de California. Terrible luz devoradora. Inmensa habilidad para molestarme injustamente si es que toco el timbre y nadie me contesta. Pero eso no sucede. Simplemente no lo intento. Tristemente, no es culpa mía. No es culpa de nadie. Y procesando pensamientos, que antes, que cuando vivía junto a mi casa, podía verla desnudarse poco a poco desde mi azotea sin que ella se diera cuenta (eso lo hacía a menudo, también hacía cosas peores). Porque cuando Lucciana dormía a unos metros de mi casa, yo alcanzaba a mirar sus sueños proyectados en el techo de mi habitación.
Era difícil de explicar entonces, pero ahora, usando un poco de imaginación, es muy fácil. Me obsesioné con la imagen. Porque, el mundo está lleno de imágenes ¿o me equivoco?. A unos metros de mí, ahora, la Feria Navideña del Trigal en sus últimos días luce alborotada. Hay un millón de personas allí. Siento un vacío estremecedor. Me canso de esperar, y decido tomar un micro, y me voy.
Ya es tarde.
Pero en el micro me voy cuenta que no traigo la billetera conmigo. Así que me bajo lo antes que puedo frente a la Universidad Ricardo Palma. Y cruzo la pista, y descanso en un parque antes de pensar qué hacer. Caminar. Camino largo. Insurrecto.
Mucha flojera.
Si Lucciana viviera cerca a mí este verano, también podría encontrármela caminando mientras va a clases por la tarde. Podría conocerla por segunda vez si supiera encontrármela de nuevo caminando por el parque con sus amigas. Yo nada más escuchaba a Sabina en mi walkman negro, y Lucciana vestía una camisa blanca y una chompa negra, y una chalina crema y un jean oscuro con un cinturón también crema.
Encuentro mi billetera en un bolsillo que no sabía que existía en mi ropa de baño negra, que a veces incluso uso hasta para dormir por la noche. Así que tomo un micro, y me voy.
Me siento en una banca una vez que he bajado del micro y camino un poco. Llego hasta allí y me siento y luego fumo (tengo algunos cigarrillos en una latita pintada de negro, con figuritas extrañas) y pienso de nuevo en que lo que me ha sucedido hasta ahora es estúpido, muy estúpido, y también pienso en Lucciana, que según parece no quiere saber nada más de mí (o de Marcel) o de alguno de nosotros por algún tiempo. Y mirando al cielo me pregunto si fue Walter quien la asustó, o si fue Marc, pero no me pregunto si fui yo, porque eso no puede ser. Y luego me cuestiono de la misma manera si es que Lucciana en algún momento supo que las cosas eran así, o si lo había sospechado desde antes incluso de habernos conocido. Y aunque dudo que ella sospeche algo, estoy completamente seguro de que ahora hay suficiente distancia física y mental entre los dos. Y al final, parado a unas cuantas cuadras en mi casa, mirando el asfalto y fumando un cigarrillo con tristeza, alguien me pregunta:
- ¿Qué haces?
Tomás estaba parado en frente mío con su mochila y su short largo color negro. Luego me mira a los ojos y me dice:
- ¿Estas fumado?
Trastabillé.
- ¿Qué sucede?
Tomás aguarda un segundo y dice:
- ¿Qué estás haciendo?
Cuestiono si lo que quiere mi hermano es ser es sagaz.
- He estado parado aquí, pensando.
Le doy una calada más al cigarrillo entre mis dedos y Tomás voltea y mira a mi alrededor mientras lo carros pasan en forma contradictoria, pendiente de mis ojos.
- ¿Y por qué estás así?
- ¿Cómo?
- Así, no lo sé.
- ¿Qué?
Tomás cambia de dirección su mirada y cierra la boca.
- Estoy triste -digo, pero es nada más por decir algo.
- ¿Y por qué estas así? -Pregunta mi hermano, unos minutos después.
Me mantengo callado unos instantes.
- Tengo dieciséis, tú también estarías triste si tuvieras dieciséis años.
- Sí. Tienes razón.
Y cuando la luz del semáforo cambia a roja, mi hermano Tomás y yo avanzamos y caminamos algunas cuantas cuadras sin decir una sola palabra hasta llegar a casa.
Las gotas que caen por mi ventana son como pequeñas estrellas transparentes que chocan en contra mío. Termina enero y observo a través de mi ventana un amanecer extraño. No sabría cómo describirlo. Walter se pone de pié tambaleante (intentando prender otro cigarrillo) y ahora Walter, quien ha terminado de ponerse de pié y lleva una venda pegada en la cabeza, golpea afablemente mi espalda.
- ¿Qué sucede? -Le pregunto.
Alrededor mío hay botellas de cerveza y ceniceros repletos de colillas fumadas. Los que llegaron aquella noche tuvieron que aguantarse con miedo una sonrisa narcótica en mi cara.
- Ya amaneció...
Marcel, Walter y Marc sostienen sus párpados azulados con vehemencia. Hemos intentado mantener el mismo ritmo loco de anoche. O sea, el mismo ritmo loco de las once o de las doce, cuando las luces estaban prendidas y corría alrededor de nosotros un aire fresco asentado en mi cara. Y el amanecer...
La gente llegó cerca de las nueve. Malos augurios de parte de la Universidad a la que ingresé. Cuando vi mis resultados a la tarde, exclamé: “¿Y eso qué significa?”. Malas vibras de parte mía con respecto a mi familia. Había un aire denso en el ambiente.
Malas vibras de parte mía con respecto a los que se aparecieron en mi casa.
- Hola.
La cabeza me dio vueltas, había bebido desde la mañana y no me sentía bien. Hubiera preferido comer durante el almuerzo y comportarme como una persona normal, durante un día normal. Pero no podía. Había ingresado.
Cambié de música. Puse la banda sonora de Pulp Ficcion. Mi casa era invadida por la media luz. La media luz tan tenue, imperante en el lugar. Mi pelo largo y rizado caía por mis hombros, me fastidiaba mucho al momento de inhalar. Me fijé en la hora. Le lavé la cara. Me mojé el pelo. Ahora lo tenía amontonado en la espalda.
Melisa me abordó, y dijo:
- ¡Gustavo! ¡Gustavo! Felicidades. Qué chévere que hayas ingresado.
Sonreí a la fuerza.
- Gracias...
- ¿Sabes que vamos a estar en la misma facultad, no?
- No. No lo sabía. -Negué con la cabeza.
Otra vez sentado en la mesa, destapamos un par de cervezas y le ofrecimos un poco a las chicas. Paula y sus amigas estaban muy atentas y aburridas de todo.
- Eso les pasa por venir a aprovecharse de la gente -susurré malhumorado en la mesa.
- ¿Las vas a dejar afuera?
Marc también susurraba.
- No, no puede ser, estas loco...
Alguien, creo que Canuto, estalló de risa:
- ¡Ja, ja, ja!
Walter salió del baño.
- ¿Qué quieres? -le dije a Marc, mientras entraba a la cocina- ¿Quieres que las haga entrar donde está la diversión?
Minutos más tarde, sin que yo estuviera cerca, Marc se puso de pié y empezó a hacer su trabajo. Cuando salí de la cocina, con vasos y sangría helada, lo intercepté.
- ¿Qué carajo haces?
Todos se han puesto de pié, sujetan sus vasos y miraban fijamente la nada.
- Espacio -alegó.
Miré a ambos lados.
- ¿Espacio...? ¿Para qué chucha quieres espacio?
- Para bailar.
Marcel lanzó una carcajada. Walter, quien se había inclinado, se paró en medio de la habitación, encima del rincón donde la gente supuestamente bailaría...
- ¿Qué te pasa? ¿Estás idiota?
Volví a poner las cosas en su sitio. Marc se sentó agotado. Cambié de música. Puse El salmón. Paula y sus amigas se habían acercado y me miraban atentamente desde la puerta.
- Ustedes -Hice un ademán estúpido y me reí.
Melisa, Cynthia y Canuto nos dieron el alcance mientras llevaba a Paula y sus amigas hacia la puerta. El cielo yacía negro encima nuestro. Todos coincidieron en que querían salir y comprar algo. Me parecía estupendo, claro que sí, les pregunté si tenían suficiente dinero a lo que Melisa me respondió que no había problema, y luego les pregunte desconcertado si es que ya se conocían todos y ambos extremos rieron estrepitosamente.
En la puerta el viento de invierno me congeló los huesos. Afuera, en la oscuridad de la noche y de mi cuadra, entre los árboles amarillentos por los postes de luz por la noche, entre la niebla que te ciega: un montón de sombras se formaron.
- Qué horror.
Cerré la puerta. Ahora que lo pienso, todo debe haber sido paranoia mía. Otra vez en la sala, Janis Joplin grita. Los muchachos andamos muy animados, claro que sí. Todo va bien. Walter baila moviendo las piernas eléctricamente. Marcel y Marc se parten de la risa. Ya no suena El salmón por ningún lado. Obvio. Abro una ventana. Otra cerveza. Me muevo al ritmo de la música. Ahora las cosas andan bien. Sí, por supuesto. Claro que sí. Son las once de la noche y suena el timbre de mi casa. Hay fiesta. Pero yo no estoy dispuesto contestar. La noche sigue corriendo. Las veces en las que meto al baño suena Something going.
Alguien abre la puerta a mis espaldas. La verdad es que puede ser que yo esté delirando. Pero la mayoría son en realidad unos verdaderos hijos de puta. Un tipo, al que no conozco, o al que quizá no reconocí, está con una chica, y a la vez, esta chica está con otra chica a la que ella le habla solo con susurros al oído. Todos comen papitas con su cáscara, bañadas en sala a la huancaína que han servido en la mesa, en medio del jardín. Y también llega gente con nombres como: el Muerto, el Muphet, el gordo Manuel, Porongo, junto a más chicas: Verónica, Margarita, Yesenia, Carla... sin contar a Melisa y a Cynthia, por supuesto, y a ese otro sujeto, que no recuerdo bien su nombre pero que con seguridad en un rato recordaré...
La cosa es que Marc se anima y como que se le ha pasado un poco la mano con aquella cosa en el baño, y al instante siguiente ya ha reanudado su trabajo y ahora prende unas enormes luces bicolores sin que nadie le diga nada, y de pronto algunas parejas se ponen a bailar.
Walter me da de palmadas en la espalda.
- Buena voz... buena voz -no deja de balbucear.
Y Melisa, cansada de caminar, se ha sentado junto a mí y dice cosas como:
- ¿Qué tal?
Y yo respondo cosas como:
- Ahí...
Y ella sonríe afablemente.
Melisa huele como a Fuit Loops. Casi sin darme cuenta hago un flashback inmediato y vuelvo a tener siete años.
- Vamos a estudiar juntos -me dice.
- ¿Qué tan justos?
- Lo suficiente...
Melisa ríe. Es una risa estúpida. De chica tonta que acaba de ingresar a la Universidad (aunque el que acaba de ingresar soy yo) y tengo el pelo muy largo, nadie me lo había cortado. No era el prototipo de cachimbo.
Todas bailan. Marc suda frenéticamente. Walter se pone en guardia y de un salto atraviesa la sala y cambia la música otra vez por rock de los 60´s. Luego se pone a bailar moviendo las piernas eléctricamente. Las chicas regresan al jardín.
Todavía hay papitas con su cáscara y cremas. Lo suficiente como para toda la noche. Y, maldita sea, por la mañana se podrirán y toda la casa olerá a mierda.
- Así que vas a estar un año más avanzada que yo.
Melisa asintió.
- Así parece.
Me mantuve callado.
- Quién lo diría -solté, casi espontáneamente.
Marc va a la cocina. Bota a un par de zombis que fumaban marihuana alegremente. Pero eso estaba fuera del alcance visual de Melisa. Ella sonríe sin preocuparse por nada.
- ¡Malditos fumones! - escuché que gritaba Marc echándolos a patadas de mi cocina- ¡Maldita sea!
Melisa se pone de pie. Yo estoy ebrio.
- ¿A dónde vas? -Le pregunto.
Melisa se acomoda el jeans ajustado. Su pelo se ve casi negro entre la neblina y la luz de quisquillosos colores fosforescentes. De repente me di cuenta que yo apretaba los labios y estaba sudando.
- Ya vengo.
Empezaba la madrugada. Entonces todo se iría a la mierda. Eso pensé. La Hilacha, que vestía colorido y llevaba el pelo largo y anteojos, decía:
- ...he recibido un gran ímpetu e interés de parte de mi viejo, ¿sabes? y de mi vieja también...
Volví a renegar de todos una vez más.
- Malditos perros -susurré.
Entonces yo llevaba el pelo rizado, en aquella época, y este pelo rizado estaba muy amontonado encima de mi espalda, y vestía como beatnik y todo lo demás sonaba como el Honestidad Brutal pero sin las canciones melancólicas, que vendría a ser como el disco número tres de El salmón que ahora suena, y todo está tan quieto y es a la vez tan hermoso como ruin, y yo me veía a mí mismo tan joven...
Una chica viene y me pregunta por los demás discos de El salmón.
- Son cinco -le mostré-, como los dedos de una mano.
Le enseñé mi mano.
- Eso ya lo sé... Te estoy preguntando dónde es que están, quiero verlos...
- ¿Por qué? -Le pregunté, y en seguida- Están aquí...
- A ver...
Ella los miró detenidamente.
- Tengo más inéditos, si deseas...
- No. Quiero ver estos ahora.
- ¿Para qué? -Me reí- ¿Te los vas a llevar?
Pausa.
- Qué tal imbésil... -susurró.
Me quedé mudo. Pedí que me alcanzaran el Deep Camboya. Se lo mostré.
- ¿Qué es esto?
- Es como un disco. ¿Sabes? Acaba de salir... Es como muy narcótico...
Ella emitió un sonido con la lengua. Un chasquido, pero con eco. Llevaba una falda hasta por los pies, un escote muy escotado, y zapatos de tacón alto.
Luego refunfuñó:
- Jmmm...
- Así es -cabeceé. Miré mi reloj, eran casi la una de la madrugada.
Pensé que había encontrado buena conversa, así que me reí y después me digné a hacer una mueca muy narcótica, muy coquera, mientras el otro tipo, que acompañaba al grupo de la Hilacha, estaba parado en frente mío, y también contemplaba algunos discos con ella y susurraba.
Luego vi el Deep Camboya entre sus manos.
- ¿Quieres escucharlo?
- No.
Hubo una pausa.
- ¿Entonces qué quieres?
- Quiero saber dónde lo haz conseguido.
- En Internet.
- Ya veo. Pero ¿en dónde?
- Creo que es... especiesquedesaparecen. com. ar... Una mierda así, algo por el estilo.
- ¿www.especiesquedesaparecen.com.ar?
- Creo que sí.
- No. -Intervino Marcel, haciéndome a un lado- Ha cambiado, ahora es www.calamaropuntocom.com
- ¿Estás seguro?
- Sí.
- ¿Seguro?
- Creo que sí.
- Entonces debe ser ése.
La chica y el otro tipo se quedaron mirándome atentos.
- ¿Ustedes cómo se llaman?... O mejor dicho... ¿Qué es lo que hacen aquí?
Era una pregunta clara. Transparente, casi brillaba. Era cristalina. Ambos se miraron mutuamente, sin mucho interés.
- Vinimos con él -señalaron a la Hilacha.
- Ese concha... -exclamé, lírico- Creo que voy a vomitar.
Eran efectos del alcohol.
- Ya me lo imaginaba... -dijo Marcel, y en seguida- ¿quieren escuchar el disco, verdad?
Ambos negaron con la cabeza.
- Es igual.
Mientras colocamos el disco, sonriendo, pensamos que poner eso en una fiesta así era como decirles a todos que la cordura se acabó, porque, o estás en su película o estás en la mía. Y la chica, que se llamaba Lili, a pesar de todo, sonrió a medias con algunas de las mejores canciones del Deep Camboya: pura psicosis anfetamínica. Y Diego, el otro tipo, ni se inmutó. Nosotros nos reímos, y por alguna razón el baño permaneció ocupado desde tempranas horas de la noche.
Por un segundo pensé que iba a quedarme dormido, pero cuando otro tipo del colegio, a quién no reconocí a primera vista, se sentó frente a mí y me saludó y empezó a hablar de una chica que se llamaba Karen y etc...
- Por favor, que alguien se lleve a este tipo -imploré.
Marc, quien bailaba frenéticamente con una chica, volteó y me hizo una seña obscena con los dientes. Nadie se percató de ello. Por igual, nadie se llevó al sujeto.
- Maldita sea -susurré-, llévenselo antes que le parta la cabeza con un machete...
De entre la luz narcótica salió un tumulto de gente desorientada. El gordo Manuel fumaba cigarrillos sentado en un enorme sillón color rojo. Como pude, me escabullí hasta lograr insertarme por una ventana secreta al baño. Cuando salí de allí tenía la nariz entumecida. Era verano. La niebla llegó y tocó la superficie del agua en mi piscina.
La chica, Lili, se había sentado en mi sitio, frente a Marcel y a Walter quienes se mantenían quietos y agazapados. Marc había traído consigo un montón de anticuchos y picarones calientes que se había tragado sin masticar.
- Tú hermano los hace -me comentó-, trae más antes de que se acabe -alcanzó a gritar entre la música demente de las dos de la mañana.
Walter y yo fuimos tras ellos. Tomás se había puesto un sombrero de chef y llevaba consigo un mandil que rezaba Kiss me please o Kiss the chef o algo por el estilo... Me paré y fui hasta donde salía el humo y el olor a comida. Pillé un par de platos y me senté frente a la parrilla a esperar. Alrededor mío. Uno de los chicos malos del colegio estaba ahogándose en mi piscina. Tuve unas ganas increíbles de erguirme con un solo pié y huir.
- Vamos, Gustavo, es tu hermano... qué digo... es tu fiesta... Como tu representante, te recomiendo que arrimes a toda esta gente de aquí y pidas tu parte...
A aquellas horas de la madrugada, con todo el alcohol circulando por mis venas, el rostro de mi hermano Tomás resplandecía en lo que parecía ser una parrilla eléctrica algo vieja, que había posicionado justo a un costado de la otra salida que tenía el interior de mi casa al jardín. Justo donde Marc había votado a los trastornados drogadictos que fumaban alegremente marihuana en mi casa. Una nube negra oscureció la noche.
- Vamos... vamos. Arrímense, que hay para todos.
Walter pensó que íbamos a esperar para siempre.
- ¡Te digo que pidas nuestro anticuchos!
Vacilé un tanto, exterminé un par de ideas en mi cabeza.
- Está bien... está bien. Ya va.
Pateé el culo de unas cuantas chicas. Yesenia me miró enfadada. Me negué a patearle el trasero a Margarita. Luego Lili, otra vez ofuscada e inexplicablemente adelante mío, me miró con lo que parecía ser una perfecta cara de culo, y dijo que el disco inédito estaba bueno, quiero decir, interesante... Pero como que le faltaba escuchar aún varias canciones del disco quíntuple. Así que no le dije nada y me limité a darle la razón.
- Claro que sí, por supuesto.
Tomás colocó algunos cuantos anticuchos en un pequeño platito de plástico. Esperó a que Lili se fuera. Un uruguayo, al que mis amigos y yo conocíamos tan solo como Uruguayo Sin Termo, acompañaba a Tomás en la parrilla, y reía bastante sujetando lo que parecía ser un brillante vaso de wiscky amarillo en las rocas. Me miró con una cara y una sonrisa medio retorcida y una barba incipiente.
- ¿Cómo te va, chico? Te felicito, eh.
Luego Tomás se negó a servirme papitas y anticuchos para mí y para mis amigos en platitos tan ridículos. Así que cogió lo que parecía ser un plato grande y me sirvió media docena de anticuchos al hilo. Uruguayo Sin Termo brindó por mi excelente puesto y mi sabiduría plena. Yo tartamudeé y me reí.
- Sabes que no es para tanto.
Uruguayo Sin Termo suspiró.
- Nunca es para tanto. ¿Has visto? Tu hermano es un genio -le dijo a Tomás-, tu hermano es lo más...
Lili me abordó sin mucho miramiento. Vi que el Canuto y su prima Yesenia discutían por algo. Luego vi que Lili y Canuto conversaban muy alegremente. Luego vi que Canuto y sus amigos se drogaban mucho en el baño, salían de allí todo tipo de sabores y olores.
Dieron las tres de la mañana. Era imposible seguir el ritmo loco de la mañana. Marc estaba asustado sentado en el sillón, frenéticamente seguro de que la gente lo alucinaba demasiado.
- ¿Por qué la gente me alucina tanto? ¿Por qué la gente está tan loca?
Sonaba una canción que habíamos bajado recientemente de la red. Andrés Calamaro bailaba y decía “¡muerto el perro se acabó la rabia!” y en seguida hacía combinaciones terminadas con INA: “codeína, anfetamina, carolina... propina, mina, cocaína fina, nicotina y alquitrán...”.
Un chico, al que algunos llamaban el Podri y otros llamaban Camilo, rescató al sujeto que se ahogaba muy drogado en mi piscina. Tomás, que estaba ocupado cocinando los anticuchos y picarones no se dio cuenta de nada. A pesar del esfuerzo sobrehumano de Marc, nadie había logrado acabarse las papas. Un chico, medio retrasado mental o muy pasado en Éxtasis, se le ocurrió la loca idea de regalarme un panetón, y exigía (como algo muy corriente y perfectamente normal) que lo abriera para comerlo entre todos. Marcel lo partió por la mitad.
- Este es para ustedes... y este para mí.
- No, broder... te digo que es para todos....
- Es igual.
El tipo del regalo comestible desapareció entre las sombras amoratadas antes de acabarse el panetón. Marc aulló diciendo que había visto un gato.
- ¡Es un gato! -gritó- ¡a atravesado la habitación de esquina a esquina, y es negro!
De pronto todo olió a marihuana dulce. Al principio no le hicimos caso, pero Marc enfureció de repente. Tenía la cara sucia de miel y migajas de panetón barato. Aulló. En un diente mal curado se había quedado atrapado un pedazo de fruta seca pintada de rojo.
- ¡Malditos hijos de puta!
El olor venía del segundo piso. Marc corrió de prisa. Pateando la puerta logramos alcanzarlo con dificultad. No era el segundo piso. Era el tercero. La habitación era desde hacía unos tres años aproximadamente, un depósito de basura. Nosotros no teníamos acceso al segundo piso, donde dormían mis padres con música ambiental, kilos de Xanax, y muchos tapones para los oídos. Walter llegó traspirado. Adentro, una orgía.
Lili, la Hilacha y otro tipo fumaban de lo lindo. Habían pintado líneas blancas en los espejos y habían tenido una orgía privada. La Hilacha, quien tenía un varulo prendido en una mano, se reincorporó de prisa.
- Hombre, sabes que no es lo que parece.
A Marc se le abultó una vena en la frente. Por su mirada pude suponer que la fiesta había terminado. No quise ver lo demás.
Marc estampó a la Hilacha contra la pared. Marcel miraba fijamente a Lili quien permanecía desnuda, muda y contemplándolo todo. El otro chico, que no recuerdo bien cómo se llamaba, se apresuró y se vistió con lo que pudo (cuando los interrumpimos, aún estaban desnudos, y la Hilacha practicaba sexo oral con él) y una vez listo, con un pantalón mal puesto, se abalanzó contra Marc.
Marcel alcanzó con una sola mano un bat de baseball. Walter buscó otras cosas más entre los estantes de madera podrida. Marcel derrumbó al tipo que trataba de privar a Marc. Un par de golpes inseguros en la cara. Con un mínimo de descuido, Walter yacía debajo de una cama giratoria. Había sangre por todas partes. Lili (entonces yo se veía fea y narizona, estaba completamente desnuda) continuaba muda y paralizada del todo.
Marc volvió a gritar. Sus ojos se salieron de las órbitas. La Hilacha vomitó. Con más razón, Marc y Marcel prosiguieron. Me incliné a auxiliar a Walter que sangraba. Habían lágrimas en su rostro. Lili inhaló un par de líneas más por medio de una cañita ante la incredulidad de mis ojos.
- ¡Qué carajo!
La Hilacha se desmayó.
FIN DE LA PRIMERA PARTE.
Intermedio.
Piano. Sonaba el piano. Sí. La vecina tocaba su piano, y lo hacía con mucha fuerza y delicadeza mientras yo despertaba, ese sábado que no parecía sábado, pero que tras un mínimo de tiempo (que en realidad fueron tres horas) y una serie de pensamientos sin importancia, pude ponerme en guardia y susurrar que la nada, que la noche, que no estuvo tan malo (aunque la realidad era que había sido muy malo, demasiado malo) y una vez confirmada la quietud de aquel día, y habiendo comprobado que era ese día y no otro, me levante de la cama y me fui.
FIN DEL INTERMEDIO.
Segunda parte.
- ¿Qué carajo has hecho?
- Puta madre.
- ¡Se acabó! ¡Huevón! ¡Se acabó todo!
Era de madrugada en la azotea.
La única testigo que podría alegar algo en contra nuestra no dejaba de meterse líneas desesperadamente por su nariz, usando un pequeño pedazo de cañita encima de un espejo.
De inmediato pensé en comisarías, y de comisarías pasé a pensar en delegaciones, y de delegaciones pasé a pensar en laboratorios, y los laboratorios me hicieron recordar viejos exámenes de toxinas, y eso me hizo pensar que todos estábamos locos y en el mismo barco que se hundía.
- ¡Mierda! -Le grité a Lili- ¿Quieres dejar de hacer eso?
Walter lloraba. Decía que había perdido una pierna.
- He perdido una pierna -decía, entre quejidos- ¡no siento mi pierna!
Una voz en mi interior decía que con eso iba a aprender a dejar de hacer tantas tonterías, pero la verdad es que no le creía nada a nadie y menos a esa vocecita tan estúpida que había en mi interior. Y por otro lado no podía dejar de estornudar, soy alérgico al polvo.
Habían pasado ya quince minutos desde que cesó la violencia en mi azotea. Parecía titular de periódico chicha. Y abajo la música y el trago habían hecho lenta la velada y había hecho que nadie se diera cuenta de nada. Hasta la luz pasó de ser tenue a rojiza. Todo había sucedido en la más completa oscuridad. Y todo aún olía mucho a marihuana. Y a sexo.
Walter pidió una calada.
- No amigo -dijo Lili-, ten esto. -Walter aspiró todo lo que pudo- Te quitará el dolor. Claro que sí. Ya no sentirás nada.
Diez minutos más tarde caminábamos por el techo suspirando. La ciudad y los alrededores en medio de la absoluta neblina. Era enero.
Temblábamos.
- No es para tanto -dijo Marcel.
- ¿Tú crees?
- Por favor... estaban fornicando en mi azotea. Es como para darles una paliza... por Dios...
- No.
Marc sudaba. Hacía un frío. Marc llevaba apenas con un polo y una camisa de manga corta encima.
- Es que no lo entienden -agregó-, nadie mata a nadie así como así...
Lili, que estaba en ese momento con nosotros, hizo un sonido con los dientes:
- Oigan, vamos... yo hubiera hecho lo mismo... por favor. Nada más son un par de cabros, cualquier juez los ampararía en una situación así.
- ¿Qué? -Intervino Marc- ¿No has oído hablar del MHOL? Movimiento Homosexual de Lima... esos tíos van a saltar en una apenas escuchen las noticias por la mañana... No van a necesitar que nadie los llame... Van a...
- Tranquilízate Marc. Vamos, ¿de qué lado estás? -Walter llevaba un trapo mojado en la cabeza, de donde sangraba.
- Bueno, bueno, tranquilos... -dijo Lili-, lo primero es ver si de verdad están muertos...
Nos escabullimos del techo a la azotea, caminamos uno por uno hasta el cuarto que era un depósito. Toda una fila de cachivaches, incluyendo una cama portátil de acero inoxidable puro de los años cincuentas que había caído encima de la cabeza de Walter, claro que ahora él ya no sentía nada...
- Tengo la cara como piedra -aseguró.
Caminamos hasta la habitación y prendimos la luz. Por primera vez vimos el desastre. La sangre de la Hilacha era negra, demasiado negra, y había salido por su boca, junto con un diente y saliva. Aparte de un fuerte moretón en la cara no tenía nada. Por otro lado, ni quiera sabíamos cómo el otro sujeto, Diego, se había desmayado. Ni siquiera tenía golpes claros, ni nada.
- ¿Nos están hueveando?
- ¡Puta madre! ¡Ya estuvo bueno! -Grité.
Diego se despertó, asustado (o quizá nunca se desmayó, ¿o estaría anémico?) no llevaba nada encima y su pecho era oscuro, color piel. Me percaté de una mancha de semen en la pared.
- Pero qué tal mierda -exclamé.
Apagamos la luz y nos fuimos. Le dejamos encargado a Lili que bajara el cuerpo, inerte o no, de la Hilacha. Y también le dijimos que no volviera a manchar la pared con semen o con algún otro fluido corporal. Le ordenamos que lo limpiaran todo, porque sino no conseguiríamos seguir con la fiesta en paz.
Del segundo piso bajé alcohol, curitas y una enorme venda para el pobre Walter, un poco de algodón y además muchas cosas. Me fijé en mis padres, que dormían tal vez el sueño de los justos. Observé unas pastilla refrigeradas, buscaba gel o hielo para desinflamar los golpes de Walter. Había una que no recuerdo bien cómo se llamaba pero que contenía 2.5gr de clorhidrato de cincocaína. Me alarmé. ¿Qué hacía eso en mi casa? Leí las instrucciones. Vía: rectal.
Lo dejé a un lado.
Terminé en la cocina acumulando en una bolsita algo de hielo para el pobre Walter. Una vez que volví a la reunión, Lili, Canuto y Melisa estaban sentados en una misma mesita negra. Pregunté por la Hilacha y me dijeron que estaba arriba limpiándolo todo. Fui donde Walter, y él dijo:
- Uy, buena voz... justo lo que necesitaba...
Arrojó los hielos en un enorme vaso de ron.
- Gracias, Gustavo.
- Pero Walter. Te he traído los malditos hielos para tu cabeza.
Walter respiró: shhh, shhh...
- Con las vendas y el algodón estaré bien...
Me pregunté si la Hilacha y su amigo estarían en realidad limpiando la azotea. Una ola de adrenalina sacudió mi cuerpo.
No me interesaré en averiguarlo, pensé.
Otra vez Melisa está junto a mí y huele a Fruit Loops. Le comento que yo comía esos aritos de colores cuando era niño. Le cuento que me fascinaban, que cuando tenía más o menos seis o siete años no podía estar tranquilo si esa cajita roja y aquel pajarraco horrible estaban cerca de mí, acechando...
Ella me preguntó:
- ¿Qué?
- Olvídalo.
Ambos hacíamos cola esperando más anticuchos.
- ¿Y cómo es que has estado últimamente? -me preguntó.
- Bien...
Hubo un silencio desastroso.
- ¿En serio?
- ¿Cómo debería estar, según tú?
- No lo sé... -dijo Melisa, mirando el cielo negro- como yo: feliz, contenta, entretenida... Tal vez relajada, por haber ingresado a la Universidad...
- ¿Después de tanto tiempo? -Le increpé- He perdido más de año y medio...
- Pero estuviste trabajando, ¿no?
- Sí. Ya veo.
Melisa me dirigió un ademán extraño. Su cuerpo y sus piernas se juntaron con las mías.
- ¿Qué sucede? -Me dijo.
- Nada.
- De repente te has puesto extraño.
- ¿Eso crees?
- Sí.
La Hilacha y su amigo bajaron las escaleras tranquilos. Miraron alrededor, la Hilacha parecía estar de lo más normal, herido y sin un diente, pero de lo más normal.
Dejaron la escoba y los trapos sucios junto a la escalera. Caminaron hasta donde estaba Lili y le enseñaron algo entre los dedos. Me pregunté si se estarían llevando algo de valor de la azotea.
- Oye.
- ¿Qué cosa?
Tomás y su amigo avisaban que no había más anticuchos para nadie y cerraron la parrilla.
- Es triste -opinó Melisa.
- ¿Quedarnos sin anticuchos?
- No -exclamó, soltando una risita- ...eso no.
- ¿Entonces?
- Es triste empezar clases.
Lo pensé.
- No es triste. Es odioso...
- En fin.
Uruguayo Sin Termo dijo que aún habían algunos anticuchos más para nosotros. Cerraron el bar, ya no había más ron. Uruguayo Sin Termo dijo que aún habría algo de ron para nosotros. Poco a poco se fue la gente.
Melisa comió un par de anticuchos más. Marc dormitaba pero aún sabía llevarse el vaso ron a la boca. Uruguayo Sin Termo se fue, y de un minuto a otro Melisa ya no estaba más en ningún lado. Entre los cuatro restantes, ya noqueados, ya inconscientes, tuvimos que agazaparnos abrazados y tuvimos que ver amanecer una vez más. La mañana. Terrible. Dolorosa e insípida.
Punzo cortante.
- Ya amaneció.
Miré a Walter en sueños.
Teníamos los ojos rojos y nuestras ojeras eran verdes y azuladas.
- Por favor, dime algo que no sepa...
El olor a podrido se apoderó de la casa. Las salsas que Tomás había metido al comedor eran ahora un bodrio de feria rural y carnaval polaco.
- Es mejor que nos vayamos -le dije a Marc, sacudiéndolo fuertemente- mis padres no deben tardar, ¡bajarán en cualquier momento!
- ¡Ya va! ¡OK! ¡Ya va!
Una última canción sonaba en la radio. Era AM. El programa se llamaba La Máquina del Tiempo, y duraría una eternidad más.
Marcel alcanzó a decir
- ¡Asu! ¡Qué duro!
Lo intentamos cerca de media hora. Nadie podía mantenerse en pié. Sin embargo, todos avanzamos por el jardín hacia la puerta. El amanecer era frío, lleno de neblina. Le di mi encendedor a Walter. Pronto me di cuenta que no se trataba de un cigarrillo normal, sino que más bien era un enorme varulo blanco que todos fumamos sin excepción alguna, haciendo equilibro, parados en un solo pié, aquella mañana soleada de verano.
Y dije:
- Esto es demasiado. -Antes de irme a volar hasta mi cama, medité un poco acerca de nada, y me fui a vomitar inconsciente del todo. Insatisfecho hasta conmigo mismo, con el cuerpo cortado, borracho y drogado.
Inapetente.
Una palanquita y mi cerebro quedó en Off.
Diciembre 2000 9.45pm
Hice algo de yoga, luego me tumbé en el piso aquella mañana en que me desperté rojo, irritado, con el pelo revuelto y la cara deshecha. Tenía dos ojeras pronunciadas, las que me dignaba a ocultar sujetando de la montura mis anteojos de sol negros durante el almuerzo. Y me desperté, aquella mañana de diciembre (mes negro, del 2000) a purificar mi espíritu con cuatro poses inútiles, que había extraído de un diario local.
Di un salto del suelo a la profundidad de mi recámara. Le eché un ojo a la hora. Ya era mediodía. Afuera ni rastro de sol, o de cielo azul, o de verano. Nada de nada. Es diciembre.
¿Y ahora qué?
No quería quedarme en casa sin hacer nada.
Salí con mi familia a comer a un restaurante cerca. Evité tocar la ensalada. Más que otra cosa, comí papas fritas, y luego tomé un helado de máquina en el KFC o algo por el estilo. Caminamos un poco por el Centro Comercial. Y me mantuve sin decir una palabra.
Mi hermano preguntó:
- ¿Qué te pasa?
- Nada. -Le respondí.
- ¿Por qué esa cara?
Yo sabía que lo único que querían era hacerme hablar. Lo único que querían era escucharme maldecir una vez más. Solo una vez más. (Lo que en realidad me pasaba era que me dolía el cuerpo y en el fondo sentía que era demasiado pronto para empezar el verano. Un rayo de luz atravesó mi cerebro en ese instante).
- Oye... di algo pues.
- ¿Cómo qué cosa?
Tomás planteaba algo.
- Lo que sea.
Abrí mi bocota, solté un bramido:
- Lo que sea. -carraspeé.
Otra vez en mi habitación, oculto tras la luz transparente de mi computadora, escribo algo. A las nueve y media de la noche apago mi computadora y guardo mis archivos en disquetes previniendo varios tipos de virus en la red. Es sábado a la noche. Estaba a punto de quedarme dormido en la cocina cuando sonó el timbre.
Salgo a la calle a recibir a Walter. Me saluda y me dice cómo va todo.
- ¿Qué tal, Walter?
- Ahí pues, Gustavo.
- En fin, entra...
Subimos hasta mi habitación donde suena un concierto de Andrés Calamaro por todo el segundo piso. La luz que ilumina mi computadora y mi trabajo es muy tenue. Walter me pregunta si es que tengo algo para fumar a lo que yo le digo que no. Que estoy en nada. Pero tengo una par de cervezas abajo.
Lo que yo hago finalmente es tumbarme en mi cama mientras Walter lee con cierta tranquilidad fuera de este mundo aquella cosa que he escrito. Y yo tan solo escucho la voz gangosa de“Loco por ti” en la playa El silencio el año 1997. Y la respiración de Walter debido a su prominente catarro suena algo como shhh shhh shhh mientras mueve el mouse sin llegar a concentrarse del todo.
Finalmente Walter dice que no tiende muy bien quién es Guilder Aguilar Peña y qué es lo que tiene que ver con el señor Ramallo, y después de eso se levanta y se pone de pié con un pedazo de wiro en la mano, diciendo:
- Vamos al jardín.
Y luego se ríe, algo así como jo, jo, jo... por toda mi habitación.
En mi jardín miramos la luna reflejada en la pileta cuya agua hemos olvidado cambiar por años. La cañería es demasiado vieja y ya no circula suficiente líquido en ella, por lo que se ha llenado de distintas clases de musgo y algas verdes. Luce bien, si no se toma en cuenta que junto al patio, en la pared posterior, ha crecido una enredadera verde, mientras el suelo es por igual de piedras negras y además alrededor nuestro hay algunas sábilas y algunas plantas y algunas flores...
Prendí lo que era una especie de faro de luz amarilla muy potente.
- ¿Qué es de Marcel?
- No sé...
Walter le da un par de caladas a su pequeño pedazo de canuto y en seguida se atora. El patio se llena por un instante de humo. Walter me pasa la hierva envuelta en pegajoso papel de fumar embadurnado de THC. Un par de pitadas.
- Puta mare, Walter, mucho ruido haces...
- ¿Mucho?
- Sí.
Y después de unos instantes, una vez en la sala.
- ¿Gustavo, qué es de Lucciana?
Inmóvil, paralizado, mirando la luna reflejada en el agua podrida de mi patio. Me quedé mudo, como un idiota.
- Oye.
- ¿Qué pasa?
- Te he preguntado algo.
- ¿Qué cosa?
Walter rió, tiró lo que sobraba de hierba entre sus dedos y se repuso, se estabilizó (por un segundo era como si fuera a caerse de bruces contra el suelo) y después de eso me miró fijamente a los ojos y me dijo:
- ¿La has visto?
- ¿A quién?
- ¡A Lucciana!
- Ah. No pues, no la he visto desde que se mudó.
Hubo una pausa.
- Mejor... -tarareó Walter.
- ¿Por qué?
Una vez adentro, Walter prende un cigarrillo sentado en un sillón de mi sala, que es verde, sosteniendo un cenicero que es una mosca gigante de bronce. Y Walter sostiene aquel insecto largo rato hasta que descubre que al levantar sus alas es como un cenicero, y deja aquella cosa a un lado mientras fuma su cigarrillo. Cocinamos huevo revuelto en una sartén y comemos algunas galletas de chocolate y cerveza, hasta que me llené de valor y, después de pensarlo muy bien, alcanzo a decir:
- Entiende que Lucciana, conmigo sí... pero no, ¿manyas?
- ¿Qué?
Estábamos todavía en mi patio, terminando de fumar aquella pava, cuando Walter me dice:
- El huevo... y las galletas de chocolate, ¿sabes? Con la cerveza, como que no combina muy bien ¿no crees?
- Tienes toda la razón -argumenté.
Una vez que Walter se fue, acumulé las fuerzas suficientes como para volverme a hundir en la luz densa de la computadora sin más armas que mi cerebro y mis instintos.
Volví a ensimismarme en mi trabajo.
No entiendo exactamente el motivo de mi desesperación, pero tampoco lo cuestiono. Me pongo de pié, tras la oscuridad de mi casa desierta, con los ojos rojos-despeinado-y-sumergido en una taza de café y un cenicero roto. Rodeado de luz tenue... La carátula de La máquina de follar de Bukowski y los fantasmas de los sábados por la noche.
Apago la computadora, grabando el material y desconectándola de un tirón. Tomo un poco de mi vaso de oporto, a eso de la medianoche, bebiéndolo de a pocos, y suspiro por mi habitación, experimentando miedo al cansancio. Y tomo asiento frente a mi PC una vez más, antes de proceder a quitarme una vez más los zapatos y las medias, cuando mi alma se balancea en la oscuridad y cuelga de un hilo... -Toc, toc, toc...- Me pregunté si sería real... Me atraganté
- ¿Qué sucede?
Silencio.
- ¿Estás bien?
La música ácida estaba un poco alta. La apago.
- ¿Qué pasa?
- Abre.
Me cago de miedo. Empiezo a temblar. Cojo el pedazo de canuto que quedaba en el cenicero, lo aprieto con fuerza. De pronto me encuentro desesperado. -Toc, toc, toc.- Lo arrojo debajo de la cama.
- ¿Qué sucede?
Abro con cuidado.
- ¿Qué pasa?
- ¿A qué huele?
Me tropecé (mentalmente) y me quedé mudo. No sabía qué decir.
- ¿Qué has estado haciendo?
- He estado escribiendo...
Me pregunto si lo que quiere saber en realidad es si he estado fumando, drogándome. Me pregunto si lo que quiere es ser sagaz, como el detective Maigret de las novelas de Simenon o aquel personaje de Agatha Cristie, que ahora no recuerdo muy bien cómo se llama pero que...
Tomás empezó a inquietarse, tocando algunas cosas.
- Oye, te estoy hablando...
- ¿Qué es lo que quieres, Tomás? ¡Vete!
Mi hermano articula un par de palabras, pero es como si no las pronuncia. Tengo que leer sus labios.
Voltea la mirada y mueve la cabeza de un lado a otro, angustiado.
- ¡Más vale que te vayas! -Grité.
A la mañana siguiente desperté como quien despierta de una cura de sueño. Te drogan y te duermen, hasta que todo pasa. Apagué el despertador antes de las diez y permanecí en mi cama hasta las once de la mañana, o algo por el estilo. Luego, antes de salir de mi habitación, prendo la computadora y me dispongo a seguir trabajando. Luego me tumbo en la cama y sigo durmiendo sin haber escrito palabra. Cuando me despierto son más de la una. Nadie me avisó para almorzar. Cuando bajo, Tomás no pronuncia palabra.
Una vez afuera de mi casa paso a buscar a Marc, que estaba inclinado frente a su PC haciendo muestras de pistas sonoras. En una de ellas sonaba la voz de Walter hablando por teléfono. La voz era narcotizante. Se escuchaba al final un leve de blues. Luego otra voz decía: “Espere unos minutos, por favor...” y entonces se escuchaban una cumbia o algo por el estilo.
- ¿Qué tal? ¿Te gusta?
- Está bonito, Marc.
Hubo una pausa.
- Hacer pistas es la voz ¿no?
- Si a ti te gusta, a mí me parece bien.
- Hay que hacer mezclas como Calamaro, ¿verdad?
- Sí. Es buena idea.
Entonces Marc se quedó mirándome, como esperando algo.
- Es ¿cómo se dice?... ‘buena honda’... -agregué.
- Así que es buena honda.
- Exactamente.
Marc se puso de pié.
- ¿Qué sabes de Walter? -Me preguntó.
- Ayer estuve con él.
- ¿Y Marcel?
- Nada, de él si no sé nada. Debe estar en su casa.
- Hay que ir a llamarlo.
Interpuse un dedo índice en su cabeza tapándole la cara a Marc. Mi dedo era un primer plano.
- No... No hay muchas ganas de eso, en realidad. ¿Sabes?
- ¿Qué?
Me senté en las gradas junto al jardín. El día estaba plomo y sin gracia. Le pregunté si tenía agua, a lo que él me respondió que en el caño debía de haber. Y en seguida:
- ¿Qué pasa? ¿Por qué esa cara?
Marc seguía sentado frente a su computadora limpiándose las uñas con una navaja de afeitar. Llevaba una camisa azul, un blue jean y unos anteojos de sol negros a la altura de su cabeza.
- Ayer discutí con mi hermano.
- ¿Por qué?
- No lo sé... es un idiota.
- Te encontró fumando seguro pues...
- No, nada que ver.
- ¿Entonces?
Hice una pequeña pausa.
- Olía un poco nomás.
- Ya ves...
Marc puso otra mezcla.
En ella se escuchaban cuchicheos que había grabado mientras su hermana hablaba con una amiga por teléfono. Nada más se escuchaban murmullos y las voces eran lejanas. También habían frases como ¿qué clase de rico será? y sonidos aleatorios.
- No sé pues Gustavo, hay que ser bien cojudo para que te encuentren fumando en tu cuarto. Ese es tu problema pues...
- ¿Qué?
- Ya escuchaste.
- ¿Qué?
- Oye, Gustavo.
- ¿Qué? ¿Qué quieres?
- Dame el nuevo número de Lucciana...
- Qué tal hijoputa eres.
Marc rió.
- La vas a llamar, ¿no? Le vas a suplicar tu perdón, ¿verdad?
Me tranquilicé un poco. Marc hizo una mueca endemoniada. Cambió la ventana que estaba abierta en su PC y puso algo de música New Wave.
- Es para que Walter debute -arguyó.
- No mereces el perdón de Dios -grité.
- Gustavo, no seas egoísta.
Saqué de mi billetera el número. Me puse a gruñir en una especie de animalización. Marc también se puso a hacer sonidos extraños y a grabarlos por un micrófono. También hacíamos algunas muecas.
- Aquí está -le dije, extendiéndole el número.
Su habitación estaba casi en penumbras. Nos había alcanzado la noche.
- Apuesto a que la vas a llamar apenas me vaya.
- No me conoces, sujeto -musitó Marc.
Cuando por fin cayó la noche en la ciudad y en mi barrio, los árboles se volvieron oscuros y los postes de luz encima del asfalto se ciñeron sobre mi cabeza, amarillentos. Sin duda, no había rastro alguno de civilización a kilómetros de distancia. Walter recibió por teléfono los siete dígitos que conformaban el nuevo número de Lucciana. El verano comenzaba rápido y sin ganas. Salí de la casa de Marc a caminar algunas cuadras sobre el cemento frío y un diciembre inquietante, un cielo plomizo que uno casi puede tocar con las manos...
- ¿Y tú no?
- ¿Y ahora qué?
3.12am.
Acabé algunas líneas sudando frío.
Antes de irme a acostar escucho un poco de música clásica por radio y luego leo algunos cuantos párrafos de una novela aburrida de Fedor Dostoievski y algunas cuantas anotaciones de Tristán Tzara y sus siete manifiestos dadaístas. Luego saco, un segundo antes de quedarme dormido, la extraña conclusión en mi cabeza de que escribir no es más que una especie de masturbación mental, y de que el irme a dormir sólo fortalece más ese patrón.
Mayo 2003
Dejo atrás el baño y un tipo de verdad muy raro viene y me pregunta por mi cabello, que al parecer está más abultado de lo normal, y mis lentes, que siempre consideré seguros en caso de que alguien quiera saber si mis ojos están rojos, resultan ahora un motivo más para preocuparme. Luego este tipo que tiene una extraña manera de vestirse se mete al baño, y otro tío de saco oscuro me mira con sus ojos fijos toda la clase y luego se pone de pié y se va al baño. Así que el día está por terminar y algunos en la Universidad donde estudio empiezan a sospechar que soy adicto a la marihuana ponzoñosa que me venden en magdalena a cincuenta centavos el canuto. Y me vuelvo loco, difuminado entre la ropa psicodélica que se ha puesto de moda (algo que la gente llama: retro) y que es objeto de fascinación por chicas que muestran un poco de su pubis al caminar.
Es terrible.
Y entonces suena el timbre y algunos de mis amigos alcohólicos y soñadores me convencen para ir a beber. Y salen las cervezas, y las chicas de pubis y vientres angelicales son de verdad muy extrañas y beben y fuman, y por lo pronto no son muy diferentes a mí, y yo no soy muy diferente a los demás, hasta que voy al baño de la chingana horrible donde me encuentro pasándola bien y fumo, imaginando dentro de mí alguna canción loca e inédita de Andrés Calamaro que dice “Son las siete y la tarde promete...” mientras me imagino a mis amigos y a mí mostrando una papelina de cocaína a la cámara y postrándonos en una realidad sin duda terrible...
Cambian a algo que parece ser Charly García e intento escapar, pero la gente por un segundo me rodea y hablan de mí y por alguna extraña razón todos se están riendo, e imagino que llueve y que estoy solo y abandonado en una calle donde la gente se ríe ¡ja! ¡ja! ¡ja! de mí, y recuerdo que de niño siempre tenía miedo al rechazo y a la humillación pública (los niños y los amigos pueden ser tan crueles) y es cuando logro confundirme entre la gente y escapar...
7.09pm.
Melisa tenía el pelo largo y castaño cuando la conocí, un par de años antes de salir del colegio, quiero decir, en tercero o en cuarto año de secundaria. Recuerdo que para ella el uniforme era terrible y lo único que de verdad quería en la vida era poder usar ropa común y corriente. Y nuestro colegio, en lo que a mí respecta, fue una gran mierda, debido a la aparente desunión y al carácter solitario que caracterizó a mi promoción, y supongo que a todas las demás, a finales de los años noventa.
Melisa ahora sigue llevando el pelo largo y castaño como en aquellas épocas. Y algunas veces, cuando la tengo que observar caminar cruzando el campus universitario, cada vez que la logro divisar entre las caras ajenas y terribles, noto en Melisa cierta desorientación, o mejor dicho, ciertas palabras que no salen de su boca pero que leo en la comisura de sus labios.
Y cuando se acerca por completo, susurra:
- Hola
Y yo le digo:
- ¿Qué tal? -levantando la mirada y mis anteojos.
Melisa luce una blusa más o menos celeste, más o menos bonita, que causaba en mí un efecto más o menos cautivador. Algunas aves regresaban aún a sus respectivas ramas, y yo las veía atravesar el horizonte. Melisa torció una sonrisa y preguntó:
- ¿Qué haces?
- Nada... lo de siempre.
Melisa hizo un gesto, como un guiño. Luego sonrió.
- ¿Qué?
Pero yo no olvido que estamos en el campus, que anochece, que estoy escondido y sentado en una banca y que todo este tiempo he esperado con ansias verla pasar.
- Ya es tarde -dice, sin muchas esperanzas.
Tanteo ponerme de pié.
- Sí. Es muy tarde. Se ve que necesitas descansar -le digo.
Y le propino un fuerte beso en la cara, y sujeto mis anteojos de sol, y le repito que por su aspecto tiene seriamente que descansar.
Pero eso no significa nada malo, ni quiere decir nada, en realidad.
Melisa tenía en pelo largo y castaño, cuando la conocí, hace un par de años. Y ahora que me alejo de ella, un poco pasado y borracho, lo sigue teniendo igual que siempre y es la viva imagen de aquella época.
Pero debido al tipo de recuerdos que deja tras de sí la marihuana, no recuerdo bien si esa impresión es la misma imagen o no. Pero podría jurar que es la misma, y otra bandada de palomas surca el cielo y otra vez me hago la idea de irme para siempre y no regresar nunca más.
Sonrío.
Pienso en las palabras de Melisa, y no me importa.
Es mierda.
Aunque en realidad sí me importa. Y faltan uno o dos minutos para que se haga de noche. Esa noche terrible que se cierne sobre Lima, y mientras Melisa me sigue contemplando (o quizá no, quizá nunca me ha contemplado caminar) sentada en una banca a mitad del campus de nuestra universidad, siento pena, y por un minuto pienso que soy un idiota, pero cuando volteo Melisa ya no está, y entonces ya no siento pena, ni compasión, ni nada. Una imagen de mí mismo rogándole perdón a Melisa surca mi cerebro por un segundo. Respiro hondo, y siento que por fin son las siete (aunque son más de las siete, desde hace tiempo) y ya no hay palomas surcando cielo. Apenas llego a divisar una parada encima de un poste de luz.
“Son las siete y la tarde promete...”